segunda-feira, 9 de dezembro de 2013

Tel Aviv, la nueva meca de la tecnología

Tel Aviv, la nueva meca de la tecnología

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Tel Aviv, la nueva meca de la tecnología
La próxima gran apuesta de Israel es el cerebro.


Esta ciudad mediterránea es el segundo gran polo de innovación después del mítico 'Silicon Valley'.

Si le dijeran que todos los días usted usa o consume un producto hecho en China, Estados Unidos o Corea, seguramente no se sorprendería.
¿Pero qué pensaría si le dicen lo mismo sobre Israel?
Vamos a ver. ¿Recuerda la función de autocompletado de Google, que ‘adivina’ lo que usted está buscando? ¿Qué tal las memorias USB? ¿O los procesadores más revolucionarios de Intel? ¿Le gusta usar la aplicación Waze para librarse de los trancones? ¿O jugar con el Kinect de la Xbox? Pues todos ellos vieron la luz en la tierra del rey David.
Israel está viviendo un auge tecnológico quizás solo comparable con el del Silicon Valley, en la costa oeste de Estados Unidos. De hecho, según un reporte financiado por Telefónica Digital, Tel Aviv ofrece el segundo mejor ecosistema para las nacientes empresas de innovación (start-ups), superado precisamente por el ya mítico enclave californiano.
Todos los gigantes de la industria quieren poner su bandera en este país, más pequeño que Cundinamarca. El último en abrir un centro de investigación y desarrollo en Israel fue Facebook, que hace un par de meses compró su tercera firma local, Onavo, por más de 150 millones de dólares.
Ya lo habían hecho Microsoft, Samsung, Google, Intel –antes que todos– y Apple, que hace un par de años tomó la decisión de instalar allí su primer laboratorio de este tipo fuera de Estados Unidos.
Según el Centro de Investigación IVC, especializado en la industria de alta tecnología, entre enero y septiembre de este año se invirtieron 1.630 millones de dólares en 474 empresas israelíes de este sector. Y la cifra del tercer trimestre, 660 millones, es la más alta desde el 2000.
La vitalidad de este renglón de la economía es tal que Israel, un país de unos 8 millones de habitantes, tiene 70 empresas cotizando en Nasdaq, mientras que China, con más de 1.300 millones de almas, cuenta con 124. Dicho de otra manera, tiene más firmas en esta bolsa de valores especializada en compañías de tecnología e informática que Hong Kong, Taiwán, Japón, Corea, India y Singapur juntos.
¿Qué está pasando en ese desértico país, que este año cumplió 65 años como Estado (25 menos que su presidente, Shimon Peres.
Hace un par de meses, el gobierno israelí invitó a Tel Aviv a medios de distintas regiones del mundo –EL TIEMPO fue el único de América– para intentar responder esta cuestión.
La semana elegida no podía ser más elocuente. Dentro del marco del Festival de Innovación DLD, la segunda ciudad más importante de Israel celebraba, simultáneamente, varios eventos de primer nivel relacionados con la tecnología, como el International Brain Tech, que culminó con la entrega de un millón de dólares a la mejor investigación sobre el cerebro, una cumbre de ciudades del futuro y la premiación del concurso Start Tel Aviv, que reconoció el trabajo de 14 start-ups, incluida una colombiana.
El interés del Gobierno es evidente. No solo en lo formal, que se sirve de la magnética imagen del presidente Peres –premio Nobel de la Paz– para vender al ‘Silicon Wadi’ como la tierra prometida de la hi-tech, sino también en las cuestiones de fondo, como la asignación del presupuesto.
El Ministerio de Economía tiene una oficina dedicada a promover la ciencia y la investigación, con el objetivo de generar prosperidad económica, con un presupuesto anual cercano a los 450 millones de dólares (unos 865.000 millones de pesos), más del doble de lo que manejará Colciencias el año entrante (376.782 millones).
Pero lo que llama la atención no es el monto, sino su destinación: el 100 por ciento se invierte en empresas privadas; en firmas recién formadas, para ser más precisos.
La filosofía es simple: los proyectos más riesgosos necesitan la ayuda del Gobierno, porque el grueso del capital privado siente aversión por la incertidumbre. No obstante, como los particulares suelen tener mejor olfato para los negocios, el Estado deja la selección de los mejores prospectos en manos de incubadoras privadas, gestionadas por gigantes como General Electric y Johnson & Johnson.
En los dos o tres años que una empresa nueva pasa en la incubadora, hasta que puede valerse por sí misma, la Oficina del Científico Jefe (OCS, su sigla en inglés) aporta el 85 por ciento del capital necesario, lo que se traduce en desembolsos que oscilan entre 30.000 y 6 millones de dólares. Los accionistas de la incubadora aportan el otro 15 por ciento.
“Después, las proporciones se invierten: el capital privado pasa a ser seis veces más alto que los aportes del Gobierno. Esto no es sorprendente, porque al principio las empresas no necesitan tanto dinero, pero sí a alguien que asuma el riesgo. Eso es lo que hace el Estado”, afirma Avi Hasson, director de la OCS.
El modelo de negocio es igualmente sencillo: si el proyecto fracasa, el Gobierno no recibe nada, pero si obtiene utilidades la Oficina se queda con el 3 por ciento, hasta que recupere lo invertido. “Funciona como un préstamo que no tiene que ser pagado en caso de fracasar”, explica Hasson.
Pero esta es apenas una de las múltiples formas en que el Estado apoya a los emprendedores. Hay otras de menor calado, pero no menos efectivas. Una de ellas es The Library (La Biblioteca). Hace dos años, la Alcaldía de Tel Aviv tomó casi la mitad del espacio de la biblioteca pública de la Torre Shalom, que estaba subutilizada, precisamente por el auge de las consultas en Internet, y la convirtió en un gran espacio de trabajo colaborativo (co-working) para los emprendedores jóvenes.
Si un residente de la ciudad tiene una buena idea y un equipo de colaboradores para desarrollar una start-up de Internet o una firma de tecnología, pero aún no cuenta con financiación, puede postularse para un espacio en The Library. Después de pasar una entrevista, y a cambio de una suma muy pequeña, tendrá acceso a un espacio de trabajo en un entorno privilegiado.
The Library está muy cerca del Bulevar Rothschild, una rambla poblada de cafés y restaurantes de primer nivel, a lo largo de la cual funcionan cientos de start-ups, aceleradoras (incubadoras) y espacios para el co-working. Muchas de estas compañías ocupan los cerca de mil edificios Bauhaus que conforman la Ciudad Blanca –la mayor muestra de este estilo arquitectónico en el mundo–, Patrimonio de la Humanidad desde hace diez años.
En resumen, el Estado ofrece, a un bajo costo, una oficina en el distrito más ‘in’ de la ciudad más vanguardista del Medio Oriente, para que los emprendedores con talento puedan codearse día y noche con la crema y nata de la boyante industria informática local.
La empresa privada también es consciente de la necesidad de promover permanentemente una cultura de emprendimiento. Por eso, en Tel Aviv funciona uno de los dos Google Campus que existen (el otro, en Londres, fue idea de un israelí).
Se trata de un espacio de 1.400 metros cuadrados en uno de los siete pisos que la empresa estadounidense ocupa en la Torre Electra, donde cualquiera puede desde reservar un salón gratuito para algún evento relacionado con tecnología –se organizan hasta 15 por semana– hasta probar el último dispositivo electrónico lanzado al mercado.
Y Google no es el único. Cada año, Microsoft aprovecha su amplia clientela en todo el mundo para organizar un maratón de speed dating (citas de 15 minutos) entre emprendedores locales e inversionistas de todo el mundo.
La respuesta ocupa un libro
¿Cuál es, entonces, el secreto detrás del auge tecnológico de Israel? Son muchos. Tantos, que el empresario Dan Senor y el periodista Saul Singer dedicaron más de 300 páginas a responder esta pregunta en el best seller Start-Up Nation. La historia del milagro económico de Israel.
Su libro abarca desde la importancia del servicio militar obligatorio en la personalidad de los israelíes y en las redes sociales que construyen, hasta la riqueza que aporta la inmigración, pasando por rasgos culturales como la chutzpah, una especie de insolencia socialmente aceptada y celebrada, que se traduce –entre muchas otras cosas– en una gran informalidad de las maneras y en un cuestionamiento constante a la autoridad.
Desde el punto de vista colombiano, la opinión del chocoano Juan David Rumpf, fundador de IdBooster, una de las 14 empresas que hicieron parte del Start Tel Aviv de este año, resume la experiencia del primer contacto con un entramado tecnológico tan rico y complejo como el de esta ciudad: “Aquí, hacer empresa es el camino ideal, pues no solo hay un ambiente propicio para desarrollar las ideas, sino un gran apoyo del Estado. La forma de ver el mundo de sus habitantes es sorprendente, siempre pensando en exportar sus invenciones. Es una cultura que lleva los negocios en la sangre. Venir a Israel fue muy gratificante, me abrió los ojos y me invitó a pensar siempre en forma global, a pesar de las adversidades del medio”.
BERNARDO BEJARANO GONZÁLEZ
Editor Redacción Domingo

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